Los íberos dejaron su huella, todavía visible, en el punto más alto del Castillo de Xàtiva.
Si hablamos sobre la historia de Xàtiva, estamos hablando de una de sus mayores riquezas. Aun así, de entre la gran cantidad de información que esconden las calles y edificios de la ciudad, tradicionalmente han destacado dos grandes herencias: el legado de la familia Borja y el que encierran las murallas del Castillo de Xàtiva.
En realidad, si fuéramos precisos en la manera de hablar, no diríamos “el Castillo”, sino “los Castillos”. En el conjunto monumental que se encuentra sobre la sierra Vernissa, delimitadas por la muralla, hay dos fortalezas. El “Castillo Menor”, en el punto más alto de la montaña, es de origen íbero. Tras conquistar la ciudad, los romanos se apropiaron de él y construyeron un segundo castillo, y luego los árabes los transformaron a su conveniencia, de ahí que gran parte de la construcción que se conserva en la actualidad sea de estilo islámico (además de gótico por intervenciones posteriores).
Esa mezcla de culturas que se expresa en el conjunto del Castillo es la que lo hace tan impresionante, además de ayudar a que se haya ganado la consideración de Bien de Interés Cultural. Pero también es una muestra de la importancia estratégica de Xàtiva a lo largo de los siglos. La ciudad ha servido de cruce de caminos, de vía de comunicación y transporte que todas las civilizaciones han querido controlar. Es ese interés por tener el control del territorio lo que propició la construcción de estas fortalezas, ya desde los tiempos de los íberos.
Los íberos en la Historia
La primera referencia escrita a los íberos que se tiene data del siglo IV. Aparece en el texto Las costas marítimas, del poeta Rufo Festo Avieno, que hace un recorrido por la Hispania prerrománica y ofrece informaciones sobre cómo eran esos territorios hasta mil años atrás. Se refiere a los íberos como el pueblo que habitaba las costas mediterráneas de Hispania (aunque también alcanzaron el sur de España y el de Francia), al que el poeta considera más “civilizado” que los habitantes del interior.
Se entiende que hubo una época íbera antigua, hacia el sigo VII a. C., y otra considerada el periodo clásico que sería de los siglos V al III a. C. El final de la cultura íbera, aunque realmente no puede entenderse como tal, sino como su disolución entre la romanización de la Península, empieza con la victoria de los romanos sobre los cartagineses en la Segunda Guerra Púnica, un hecho que se conmemora cada año en las fiestas de Cartagena que se suelen celebrar en el mes de septiembre.
Pese a esta derrota, si hay algo que caracteriza a los íberos es su destreza en la lucha. Se les conoce como guerreros feroces y por su capacidad bélica, lo cual no quiere decir que no estuvieran desarrollados en otras disciplinas.
De hecho, los íberos no solo mantuvieron contacto con los romanos, sino que se sabe de sus conexiones comerciales con griegos y fenicios (originarios de Fenicia, el territorio que en la actualidad ocupan Siria, Líbano, Israel y Palestina) a través del Mediterráneo. Esta influencia hace que, a veces, sea difícil determinar cómo era propiamente la cultura íbera, aunque sí hay algunos hechos confirmados como que tenían su propia lengua y sistema de escritura.
La peculiaridad de la lengua íbera es que los expertos han sido capaces de averiguar cómo se pronunciaba y escribía, pero han sido incapaces de descifrarla. Así, entre que no se han encontrado muchos restos de inscripciones íberas y que no se puede saber qué información contienen las que se han encontrado, poco se sabe sobre cómo era la vida cotidiana de estas gentes.
Íberos y vida cotidiana
Se sabe con certeza que los guerreros suponían un extracto social importante, y se deriva que había distintos estatus y clases sociales, puesto que, entre otras cosas, se ha visto que no toda la población recibía sepultura. Una de las pruebas más fehacientes de que unas clases se consideraban superiores a otras es La Dama de Elche, una escultura de una mujer íbera ataviada con un gran número de adornos que denotan riqueza.
Si existía una clase dirigente que podríamos considerar aristocrática, seguramente hubo también toda una serie de actividades de ocio y rituales sociales que se llevaban a cabo.
Pese a que los pasatiempos, deportes o juegos nos puedan parecer algo relativamente moderno, lo cierto es que prácticamente todas las civilizaciones los tenían, y muchos incluso se conservan cientos de años después. Es el caso de los dados, que tienen más de 5.000 años de antigüedad, juegos como el escondite que ya practicaban los romanos, o de la típica ruleta de los casinos de hoy en día, que surge de los experimentos del matemático Blaise Pascal en el siglo XVII. Si había juegos en el Imperio Romano e incluso mucho antes, es de suponer que los hubiera en la cultura íbera, pero no se tiene constancia de ello.
Ocurre lo mismo con los rituales o ceremonias. Es muy probable que las hubiera y, de hecho, algunos de los restos íberos encontrados parecen indicar la existencia de sacerdotisas y lugares en los que se realizaban ofrendas, pero tampoco se tiene la certeza o se sabe exactamente cómo podían funcionar estas ceremonias o con qué motivo se hacían.
Lo que sí se sabe es que, además de guerreros y aristócratas, había comerciantes y, sobre todo, agricultores. Derivados de los intercambios con otras culturas, se cree que los íberos llegaron incluso a acuñar algún tipo de moneda, y también que desarrollaron técnicas de artesanía como la alfarería.
El legado de los íberos
La huella íbera es visible en Xàtiva y es todavía más clara en otras localidades de la Comunidad Valenciana, así como algunos puntos de Cataluña y Andalucía.
No fue hasta el siglo XIX cuando empezó a haber un interés por la arqueología y se empezaron a hallar restos de la cultura íbera por la Península Ibérica. Uno de los grandes referentes que poseemos de los íberos junto a la Dama de Elche, gracias al cual sabemos de la peculiaridad y destreza de los íberos en la escultura (con la piedra y con el bronce), es “el guerrer de Moixent”, que se encuentra expuesto en el Museu de Prehistòria de València.
Esta figura se encontró en 1931 en un asentamiento íbero que se puede visitar hoy en día y que se encuentra en la comarca. La recomendable visita a La Bastida de les Alcusses, en Moixent, es una de las mejores formas de hacerse una idea de cómo fueron nuestros antepasados íberos.