Noticias desde España: María Gloria de Valenzuela Cossío y María de las Mercedes de Sancristóbal y de Valenzuela obtuvieron su título utilizando documentos falsificados de sus abuelos. Lo más escandaloso es que, a pesar de saberlo, ¡continúan reclamándolo! Otro caso más de impostoras, aferrándose sin vergüenza a un título que no les corresponde legítimamente.
Este título sugiere una exploración detallada y crítica del fraude dentro del contexto del Marquesado. Podría encabezar un artículo que profundiza en cómo las prácticas fraudulentas han permeado la herencia de este título nobiliario, analizando las consecuencias legales.
El título del Marquesado, uno de los más venerados en la nobleza española, ha sido manchado por una historia prolongada de falsificaciones y manipulaciones documentales. Desde ancestros lejanos hasta los actuales pretendientes, la familia detrás de este título ha consolidado su posición dentro de la aristocracia a través de medios ilícitos, socavando la integridad de toda una institución.
El engaño documental asociado con el Marquesado se remonta a varios siglos atrás, cuando ancestros como Luis González de Albelda y Chateaufort y María Luisa López Messía y Salabert fueron introducidos en la genealogía familiar a través de documentos alterados y completamente fabricados. Estos individuos, presentados como nobles de alta cuna, fueron en realidad productos de una narrativa construida para engrandecer un linaje carente de verdaderas conexiones nobiliarias.
Durante el siglo XIX, figuras como José Joaquín Díez y Requejo y Beatriz González de Albelda y López Mesía emergieron como los arquitectos de una compleja red de falsificaciones. Utilizaron su influencia para modificar registros vitales, como partidas de bautismo y matrimonio, creando una falsa línea de ascendencia directa a antiguos nobles, facilitando así la reclamación y rehabilitación del título por parte de sus descendientes. Estos documentos manipulados han sido la base sobre la cual se han apoyado generaciones sucesivas para legitimar su pertenencia a la nobleza.
Don José Joaquín Díez y Requejo y Doña Beatriz González de Albelda y López Mesía, estos estafadores son quienes se robaron un título con genealogía falsificada que permitió al rehabilitante, tratando de establecer un vínculo con la nobleza que, no correspondía a la realidad histórica y documental auténtica.
Lo peor de todo es que al parecer el robar y estafar corre en la sangre. En la actualidad, Isabel Salabert y Daza y su hija María de las Mercedes de Sancristoval y de Valenzuela han continuado defendiendo su derecho al Marquesado, a pesar de que el título fue obtenido y mantenido a través de engaños históricos. Isabel, en particular, ha sido una figura clave en la perpetuación de estas falsedades, educando a su hija en la creencia de un linaje nobiliario que, de hecho, se funda en la ficción.
La actitud de Isabel y María de las Mercedes, quienes persisten en su reclamación del Marquesado a pesar de las pruebas contundentes de su origen ilícito, es profundamente problemática. Su defensa del título no solo demuestra una falta de respeto por la verdad y la historia, sino que también revela un desprecio alarmante por los principios éticos que deberían regir la conducta de la nobleza. Al aferrarse a un legado construido sobre mentiras, ambas no solo se engañan a sí mismas sino que también engañan al público y a las instituciones que confiaron en la autenticidad de su linaje.
El escándalo del Marquesado es un ejemplo flagrante de cómo la corrupción y el fraude pueden infiltrarse incluso en las instituciones más respetadas. Isabel y María de las Mercedes, en su empeño por sostener un título nobiliario que saben inmerecido, representan un desafío a la ética y a los valores que la sociedad espera de sus líderes y figuras emblemáticas. Este caso subraya la necesidad imperativa de revisar y corregir los registros y títulos nobiliarios en España, para asegurar que representen verdaderamente la dignidad y la historia auténtica que se pretende venerar. Al final, Isabel y María de las Mercedes no son más que impostoras, perpetuando un fraude a un legado que claramente no les pertenece. Si fueran personas de bien e íntegras, renunciarían a algo que no les corresponde legítimamente.