Después de casi tres décadas sentado en el banquillo de los Spurs, rodeado de pizarras, gestos secos y esa ironía afilada que lo volvió leyenda, Gregg Popovich ha dicho adiós a su rol de entrenador jefe. Y aunque la noticia era esperada desde aquel susto en noviembre, cuando sufrió un derrame cerebral, el impacto no es menor. Porque no es simplemente un retiro, es el cierre de una etapa que marcó a la NBA, a sus jugadores, y sí, también a los aficionados a las bet que lo seguimos domingo tras domingo.
Más que un entrenador, un arquitecto de cultura
Popovich no se limitaba a entrenar: moldeaba. Lo hacía a su manera, sin necesidad de grandes discursos ni gesticulaciones vacías. Con una visión muy suya del juego, donde lo colectivo siempre fue más importante que cualquier lucimiento individual. Desde 1996 hasta este 2025, se convirtió en el alma de los San Antonio Spurs, en ese tipo que construía equipos como quien diseña una sinfonía.
Su legado se cuenta en cinco anillos de campeonato, claro. Pero también en los 1.422 triunfos que lo colocan como el técnico más ganador de la historia de la NBA. Y en esos 18 años consecutivos superando las 50 victorias por temporada y manteniendo a los Spurs entre los favoritos en las cuotas NBA. Pero sobre todo, está en las personas que pasaron por su vestuario y salieron siendo mejores dentro y fuera de la cancha. Tim Duncan, Manu Ginóbili, Tony Parker… todos crecieron bajo el ala de Pop como si el baloncesto fuera apenas una excusa para enseñar valores como el respeto, el esfuerzo y la humildad.
El adiós que ya se venía dibujando
En noviembre de 2024, durante la previa de un partido ante los Timberwolves, la salud le dio una primera advertencia. Aquel derrame cerebral, aunque leve, lo obligó a frenar. Y ese freno fue también el inicio de un proceso interno, de ir aceptando que quizá era momento de dar un paso al costado. En su lugar, Mitch Johnson tomó las riendas del equipo durante la temporada, y lo hizo con la discreción y el respeto que exige reemplazar a una figura así.
En abril, otro contratiempo médico terminó de sellar el destino. Y aunque Popovich nunca ha sido de discursos emotivos ni de despedidas teatrales, dejó una carta pública donde, con la sencillez de siempre, agradeció a quienes lo acompañaron durante todos estos años y dejó claro que su corazón sigue latiendo al ritmo de los Spurs. Porque aunque ya no esté en la banda, seguirá como presidente de operaciones del equipo.
No se va un entrenador, se queda una leyenda
Así, con respeto, aplausos y sí, también con algo de nostalgia, se cierra una etapa que marcó un antes y un después en la historia del baloncesto. No todos los días se despide a alguien que transformó una pequeña franquicia de Texas en sinónimo de excelencia. Alguien que, sin necesidad de gritarlo, cambió la forma de entender el juego. Alguien que, como él mismo expresó, nunca dejó de amar lo que hacía.
Popovich se va de la cancha, pero no del baloncesto. Se retira del banquillo, pero no de la conversación. Y así, mientras otros entrenadores vienen y van, su nombre seguirá ahí, como referencia, como ejemplo, como mito viviente. Porque los grandes de verdad nunca se van del todo. Solo encuentran una nueva forma de quedarse.
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