Los estudios de la neurobiología sobre los celos
Artículo de opinión por Ángel J. García
Respecto al tema que exponemos este mes, el de los celos, podemos declarar sin dudarlo, que todas y todos nosotros, en mayor o menor medida, hemos sentido este tipo de realidad psicológica.
La neurobiología de los celos nos ha probado, que la experiencia de la emoción de los celos, es más intensa en el cerebro masculino. Hasta el punto de asociarse esta emoción, a reacciones violentas. Se combina con la testosterona, de modo que se produce un aumento del cortisol (hormona del estrés).
Diversos estudios llevados a cabo por las doctoras Harris y Provoust, en PLOS ONE (2014), han demostrado que incluso los animales experimentan celos a menudo. Los perros, por ejemplo, los sienten cuando sus dueños prestan atención y afecto a otros individuos. Asimismo, diversas razas de monos, o los peces ángel, sufren esta emoción cuando sus parejas se van con otros sujetos de su especie.
Los celos dan forma a esa sensación que surge cuando alguien intenta quedarse con algo que sentimos como propio. Provoca un desafío interno y nosotros interpretamos que se está vulnerando nuestro autoconcepto. Como bien dice Rochefoucauld, “En los celos hay más amor propio que amor”.
Ahora bien, hay un rasgo que diferencia a las personas de los animales: Ellos responden a estímulos reales y, las personas reaccionamos la mayor parte de las veces a estímulos imaginarios.
Tantas veces al no gestionarla bien, la mente es nuestra peor enemiga. Ella promueve sospechas sin datos reales ni específicos. El cerebro, por su parte, no duda en desencadenar una reacción fisiológica en consonancia a esa emoción, la cual, en ocasiones, puede llevarnos a generar conductas desacertadas. Luego llega el arrepentimiento, si se es consecuente con la relación causa-respuesta.
La neurobiología de los celos, ¿en qué consiste?
“El celoso no lo es por un motivo: lo es porque lo es¨. Sahkespeare, en Otelo nos lo expone, y continúa con su explicación ”Porque los celos son como un monstruo engendrado y nacido de sí mismo”. Este comentario, si bien puede ser simplista, no es menos cierto que encierra una verdad evidente. El celoso no siempre necesita un desencadenante real para liberar esta emoción. Indicios e imaginaciones detonan una emoción particular, que después se convierte en sentimiento y pensamiento, para acabar en una nueva estructura de celos respecto del estímulo experimentado.
La neurobiología explica que la personalidad determina en muchos casos esta dimensión.
Por otra parte, los celos son de forma objetiva, un tipo de emoción secundaria ¿Qué quiere decir esto? Que surgen como respuesta a emociones primarias tales como el miedo o la ira.
Cuando el sujeto opina que alguien intenta arrebatarle algo que es suyo –sea objeto, sujeto, posición, estatus, atención…-, surge un fuerte resorte, un impulso que nos lleva a una respuesta intensa. Entrarían muchos factores como la autoestima, el concepto de uno mismo, las propias experiencias, la resolución de conflictos (internos y externos), apariencia física, etc.
Como podemos imaginar, existe gran variabilidad entre las personas y su forma de vivir la experiencia del estímulo que deriva en los celos, así como evidentes diferencias entre hombres y mujeres.
Los celos según el género.
La neurobiología nos aclara que por lo general, las mujeres se preocupan y experimentan celos solo con pensar en la infidelidad emocional de sus parejas. Los hombres en cambio, ponen su atención en la infidelidad física.
En el 2017 la revista Frontiers in ecology and evolution publicó un estudio de la doctora Karen Bales, de la Universidad de California. Pudo verse una activación en la corteza cingulada, área del cerebro asociada con el llamado “dolor social”. Es decir, a la sensación de aislamiento, abandono, traición, miedo o desamparo. Los hombres evidenciaban esta emoción de manera más intensa. Se observó que a mayor concentración de testosterona más aumentaba el nivel de cortisol en sangre.
Los celos cumplieron en el pasado un fin adaptativo
Yéndonos al pasado, podemos señalar que la aparición de otros individuos en el grupo social podía suponer una amenaza. Expulsar a otros competidores aseguraba, entre otras cosas, la supervivencia de esa pequeña comunidad. En el libro The Dangerous Passion, el psicólogo David Buss nos señala que los celos cumplían una función adaptativa: defender nuestros intereses
Dentro de la neurobiología de los celos es necesario entender un aspecto. En ese pasado remoto, los celos eran a menudo el desencadenante en muchas conductas violentas. Consolidaba la supervivencia, pero a costa de muertes y agresiones. No podemos olvidar que los celos, a diferencia de la envidia, evidencia una realidad: el miedo a perder algo. Y ese miedo puede y suele desencadenar respuestas desmesuradas. Tanto externas, como internas.
Los celos, emoción anticipada
Buscan prevenir la pérdida. De ahí, que a menudo se recurra a conductas poco adecuadas para evitar ese desenlace.
Dentro de las relaciones afectivas, es frecuente que alguno de los miembros responda con ira hacia esa pareja que (a su parecer) puede o no estar cometiendo una infidelidad.
Hoy día, los celos, carecen de esa utilidad que pudo tener en el pasado.
A día de hoy son el pretexto de una mente primitiva que veta la convivencia, que trasforma el amor en apego, y la relación entre pareja, familiares, compañeros o amigos, en un escenario donde solo crece la desconfianza y el malestar.
El comportamiento celoso es el resultado de una mente con una estructura cognitiva mal elaborada, regida por la inseguridad y la baja autoestima.
Reflexionemos, en frío, sobre ello.
Caso de que los celos se vuelvan patológicos -seamos nosotros o un ser querido-, busquemos ayuda si queremos mayor cuota de bienestar.
Referencias Bibliográficas
-Buss, D.M. (2015). The dangerous passion. Alianza Editorial.
-Bales. Imaging, Behavior and Endocrine Analysis of “Jealousy” in a Monogamous Primate (2017). Frontiers in ecology and evolution. Tomado el 15 de noviembre de: https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fevo.2017.00119/full?report=reader
-Harris y Provoust, en PLOS ONE (2014). Tomado el 15 de noviembre de: https://ucsdnews.ucsd.edu/pressrelease/dog_jealousy_study_suggests_primordial_origins_for_the_green_eyed_monster&ie=UTF-8&oe=UTF-8
-Rochefoucald, L. Tomado el 16 de noviembre de: https://www.literato.es/p/OTA5Ng/ -Shakespeare,W. (1604) Otelo. Reino Unido.